Cambio adolescente por perro. Cambio gato por niño.

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No quiero arengar a las tropas para que abandonen cobardes el campo de batalla de la maternidad. No me hagáis un Samanta. Se trata de un sentimiento muy personal. Y nadie me puede discutir mis sentimientos, eso es lo que me ha enseñado mi coach.

No se trata de cualquier niño ni de cualquier perro. Quiero un Labrador color chocolate, hembra y con posibilidad de que le ponga yo el nombre. 

A cambio entrego una adolescente totalmente criada. Come tres veces al día, es de pelo castaño con mechas californianas y tres piercings. No estudia ni trabaja y de cada seis palabras, tres son tacos. Vamos, lo normal. Le he dado la misma educación que a mi otro hijo y ella parece estar embadurnada de aceite desde que nació y le ha resbalado todo. 

Hasta no hace mucho, cuando iba por la calle, me encantaba mirar a niños pequeños, cogidos de la mano de unas mamis exultantes de felicidad. Ahora las miro con lástima, pensando en que esto de la maternidad es una lotería, y que como te toque el gordo, es una losa terrible. Y sin embargo se me cae la baba con los perros. Da igual la edad. Solo ellos me producen la ternura que se supone me debería despertar un cachorro del género humano.

Cuando llego del trabajo, cansada de arrastrar mis currados 50 años por delante de millenials resabiados, recibo un lametazo de mi perra y un escupitajo de mi adolescente. En sentido figurado lo de mi hija, claro. 

Y juro que la quiero, pero lejos. Porque hay personas incompatibles para la convivencia, eso de las diferencias irreconciliables de los divorcios. Pues yo quiero un divorcio amistoso. Que se vaya a vivir con unas amigas y venga los domingos a comer y me pida un tupper de lentejas. Solo así, el cuento terminará con un «fueron felices y comieron perdices», o pollo, que es más barato. 

Mar

Claro, como tú tienes perro, reniegas de los cachorros humanos… Pero yo tengo una gata, GA-TA, y de verdad que eso sí que es vivir un infierno…

Nunca he sido celosa y mi marido tampoco… ¡Hasta que llegó ELLA, la gata!

Si mi casa se incendia, tengo clarísimo a quien salvaría…. Y no es solo porque ella pese mucho menos que yo, es que siente por ella una adoración, la mira con unos ojos…

¡A MÍ EN MI VIDA ME HA MIRADO ASÍ¡ y eso que con ella no ha tenido sexo… creo…

La gata tiene clara su supremacía sobre mí y la utiliza de forma mezquina siempre que puede. Por ejemplo hace pis dentro de mi bolso… DENTRO DE MI BOLSO!!!

¿Que como me doy cuenta? Tristemente, al meter la mano dentro y notar la humedad y el terrible olor… También en mi abrigo… Y con la agilidad que tienen estos bichos, es imposible dejarlo fuera de su alcance.

Su sitio favorito para descansar es entre las piernas de mi marido, que dicho así suena fatal, pero,es real como la vida misma… Parece una gallina ¡todo el día calentando huevos!!

Cuando mi marido se va a dormir, ella le acompaña, y como a mí no me ha gustado compartir cama ni con mis hijos, cuando yo voy al cuarto e intento cogerla para llevarla a su sitio, me lanza un zarpazo que cualquier día me saca un ojo… Parece inglesa, porque es una auténtica hija de la gran bretaña!!!!

Desde que la conozco, entiendo la expresión «eres como una gata en celo» y he dejado de usarla, porque creo que no conozco a nadie tan malo como para poder endilgársela…

Yo la odio y ella lo sabe… Pero como soy buena persona, me dejo embaucar cuando me mira fijamente, con esos ojos de no haber roto un plato en su vida… Y sé que ese ser, en apariencia adorable cuando «su hombre» está cerca, se va a convertir en un ser demoníaco tan pronto como él cierre la puerta… ¡Que anda por las paredes! ¡Que se convierte en el demonio de Tasmania en cuanto lo pierde de vista!! ¡Que me bufa como una serpiente de cascabel!!

Por eso yo cambio gato por niño: para vivir tranquila, para recuperar a mi santo esposo y para ahorrarme una pasta en tintorería y muebles, que hasta Chuky me parece un angelito, al lado de esta tigresa….

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